OCTAVIO CAMPOS / SOL CAMPECHE
Andrés Molina Henríquez publicó Los Grandes Problemas Nacionales en 1909, libro que a más de un siglo sigue actual y tiene como asignatura pendiente el bienestar popular, reivindicación que la presente administración no ha podido resolver. El sociólogo mexiquense visualizó con acierto una agenda que atendiera los apremios económicos de la gran mayoría, el papel de Estado en el proceso productivo y la identidad nacional como factor de unión entre los mexicanos.
A más de cien años, permanece viva esa deuda. La desigualdad, la crisis económica, los yerros gubernamentales en la aplicación de las políticas públicas, la polarización política, la violencia y la inseguridad son males que afectan el crecimiento y el desarrollo del país. Esos son hoy los grandes problemas nacionales. A ello hay que sumar la profunda crisis sanitaria por efecto de la pandemia del Covid-19 que exhibió no solo el rezago, sino la ignorancia, soberbia y desdén con que ven otras experiencias las actuales autoridades.
Este 2021 será de grandes retos y pondrá a prueba el ejercicio gubernamental y la gobernanza. Llevamos dos años y los resultados han sido desastrosos. 24 meses sin crecimiento económico, alta tasa de desempleo cierre de industrias, desaparición de fideicomisos, desabasto de medicinas, uso del Banco de México para disponer de divisas y alentar el lavado de dinero, rechazo a políticas globales y la creencia de que los indicadores internacionales no deben aplicarse porque se tiene la peregrina idea de que el reparto de dinero a través de programas clientelares es el parámetro de bienestar social.
Este gobierno presume ingresos como nunca, basado en los recortes presupuestales, la extinción de fideicomisos, el ajuste de salarios a la burocracia y sus prestaciones, la reducción de presupuestos a organismos autónomos o su desaparición, la recaudación extraordinaria de impuestos a grandes empresas y la falsa idea de que las remesas forman parte del dinero público. Cierto, cuenta con una gran bolsa, pero no la destinará a la reactivación económica, sino a la compra del voto.
De dónde sacará recursos si ya las empresas están al corriente y no representan el monto de la evadido, si —insisto—, aunque se registre un récord en el envío de remesas no es dinero que toque Hacienda. Ante la pérdida de confianza empresarial y la falta de inversiones productivas cómo recuperar más de un millón de empleos,
cómo revertir el decrecimiento del 9 por ciento, cómo reabrir pequeñas y medianas empresas. No por decreto.
No hay una política económica coherente que reoriente el verdadero crecimiento. Lo corto de miras de este gobierno, sin visión de Estado, solo lo hace ir tras un objetivo de mantener el poder e imponer su proyecto político y modelo económico.
La pandemia provocó hasta ahora 130 mil muertes y millón y medio de contagios. Los hospitales están saturados por indolencia y la terquedad de no reconocer un problema grave de salud pública. Pero la apuesta oficial es a la vacuna y su uso electorero.
Poco importan más decesos o que la gente muera en su casa, la obsesión es un esquema de vacunación que llegue a los grupos afines al gobierno, aunque no se tengan las dosis completas. Es llegar al mayor número de inoculados, potenciales votos en los próximos comicios. Con una salvedad, sólo han llegado 200 mil dosis y requerimos de 130 millones. Ni con las fuerzas armadas se tiene una logística para distribuir y aplicar las vacunas que todavía no llegan.
Sigue vigente la agenda de Molina Henríquez y continuamos en deuda con los que menos tienen. El gobierno debiera revisar el papel del Estado para dirigir la economía, no como en los 70, sino con visión de futuro, alentando la unidad nacional y no el divisionismo ni la polarización. México es más que una ambición de poder