FUSILADOS SIN NINGÚN INTERROGATORIO (6/7 PARTES)

Redacción/ Sol Quintana Roo/ Sol Yucatán/ Sol Campeche/ La Opinión de México Ciudad de México. – En la página 323 de “Memorias”, afirma el político Gonzalo Natividad Santos Rivera, que después de los bombazos contra el general Alvaro Obregón, a los cuatro detenidos, ya presos en la Inspección de Policía, el general Roberto Cruz, seguramente con órdenes expresas del general Calles, “los sacó frente al Caballito (estatua de Carlos IV) y en pleno día, como a las once de la mañana, los fusiló sin ningún interrogatorio”.
La verdad es que el cuádruple fusilamiento fue en el interior de la cárcel y que tal injusticia (no hubo juicio previo, Calles llamó a esa acción indigna “gran remedio a un gran mal”), provocó indirectamente el asesinato de Alvaro Obregón.
Efectivamente, José de León Toral fue gran amigo de los Pro, Humberto y su hermana Anita, quien le dijo en el Hospital Militar: “José, ¿ya viste cómo dejaron a Humberto?”
–Sí, no te preocupes—respondió. El dibujante de Excélsior tomó en ese preciso instante la determinación de matar a Obregón, quien se habría salvado el 17 de julio de 1928, si le hubiera hecho caso a su esposa, quien, arrojándose a sus pies, le rogó que no fuera a la comida en el restaurante “La Bombilla”.
La señora le aseguró que había tenido un presentimiento terrible, que lo estaban esperando para matarlo, pero el soberbio militar la incorporó y le dijo: “Te agradezco el aviso, pero no puedo faltar a ese homenaje”.
El caso es que el autor del libro “Memorias” afirmó que el fusilamiento de los conjurados en el atentado contra Obregón, “nos pareció muy sospechoso a todos los obregonistas, pues se trataba de que nadie hablara y nadie habló”.
Continuó la campaña y llegó el mes de julio, pero antes voy a hacer un paréntesis. En el mes de septiembre anterior, “hice un viaje a la capital de semiincógnito, pues ya dije que no salía de día por mi distanciamiento con Calles, y don Plutarco era cosa seria, y una noche se me ocurrió ir al Teatro Principal donde actuaban María Conesa y un grupo de seminudistas que entonces llamaban Bataclán. En el pórtico del teatro había un bar, el pórtico era abierto a la calle, enteramente sin ninguna pared ni cortina y a ese bar, que entonces se llamaban cantinas, tenía acceso todo el que quería sin necesidad de entrar al teatro”…
“Entré acompañado de mi fiel amigo y ayudante, entonces mayor José López Iglesias, muerto general. Apenas había avanzado el espectáculo entró otro ayudante mío que llamábamos Lolo Lavanzat (probablemente José Dolores), capitán retirado, muy chismoso, de Matamoros, no digo que valiente porque todos mis ayudantes lo eran, y me dijo al oído que ahí en el bar del pórtico estaba un individuo hablando muy mal de mí y le pregunté: “¿Quién es?”, y me dijo: “No lo conozco, es un catrín”. ¿Qué está diciendo?-volví a preguntar. “Cosas muy feas contra su honor”, me dijo. “¿Y por qué no lo callaste?”, le dije y me contestó: “Hay mucha gente y se haría alboroto, y como usted anda algo escurrido no lo quise provocar”.
(Amigo(a)lector(a): tenemos a un capitán retirado, “muy chismoso” o sea no confiable, que escucha claramente cómo es ofendido de gravedad el político que le paga. En lugar de “poner en su lugar” al hablantín, va y susurra a su jefe que el catrín ha dicho cosas “muy feas contra su honor”.