Retropolicíaca

EL PADRE TRAMPITAS: PERSONAJE CLAVE DE LAS ISLAS MARÍAS

  • De joven, renegado anticlerical; como adulto fervoroso sacerdote
  • Oficiaba su misa entre bendiciones, rezos y mentadas de madre
  • Su grey conformada por asesinos, ladrones y delincuentes de toda laya
  • Su última voluntad fue ser sepultado en las Islas Marías

Corresponsalías Nacionales/Grupo Sol Corporativo

(Parte uno de siete)                                              

Ciudad de México.- En el submundo del crimen, son comunes los personajes siniestros, desalmados, sanguinarios, capaces de las peores atrocidades, por ello cobra especial relevancia otro personaje totalmente distinto: alegre, dicharachero, simpático, mal hablado, pero lleno de amor a sus semejantes, que durante casi 40 años, en ese sórdido espacio delictivo, se dedicó a aliviar en algo las almas atormentadas que fueron enviadas a purgar sus delitos al “Infierno del Pacífico”: las Islas Marías.

Hablamos de Juan Manuel Martínez Macías, un recalcitrante apóstata de la religión católica, en su juventud, y un fervoroso, entregado y convertido sacerdote en su madurez, que voluntariamente quiso que lo enviaran al penal de la Islas Marías, donde se ganó el mote de “El Padre Trampitas”, por su peculiar manera de decir misa.

En su juventud, Juan Manuel y varios de sus amigos fueron conocidos por su actitud violenta y anticlerical. No era extraño verle en conflictos con la Iglesia, inclusive llegó a golpear a Juan María Navarrete, quien llegaría a ser obispo de Sonora.

Pero su gran golpe, en el que participarían sus amigos, sería volar la catedral de Aguascalientes.

Cuando todo estaba a punto de ejecutarse, a tan solo nueve días, la madre de Juan Manuel descubrió unos papeles que lo comprometían y que detallaban lo que había planeado junto con varios de sus amigos.     

Su madre, llorando, le dijo: “te quiero mucho hijo, pero al mismo tiempo te odio, porque eres enemigo de Dios”. A lo que respondió que sabía lo que iba a hacer y que seguramente le costaría la vida pero no le importaba.

La mujer simplemente le respondió: “y ¿para qué quieres la vida si no la das por Cristo?”.

La frase le caló hondó, a grado tal que decidió entregarse a Dios, pero tuvo que irse a estudiar a los Estados Unidos, con los jesuitas, porque no podía estudiar para sacerdote en México, ya que si lo veían en el seminario, no faltaría que alguien dijera que estaba planeando algo en contra de la Iglesia Católica.