Reportajes Especiales

BALAZOS Y PUÑALADAS (3/7 PARTES)

El afortunado José Guadalupe Vargas Anaya recibió cinco dolorosas heridas de bala y el último tiro lo derribó, al pegarle en la insignia metálica que protegió el corazón

Redacción/ Sol Quintana Roo/ Sol Yucatán/Sol Campeche/La Opinión de México

Ciudad de México. – Cuatro años después, el 9 de diciembre de 1966, ya recluido en Santa Martha Acatitla, Fidel Corvera Ríos fue traicionado por el homicida Ignacio Griffaldo Méndez, sentenciado a 130 años de prisión por sus crímenes. A balazos y puñaladas fue acribillado el zacatecano, luego de una celada que esperaba, pues era un secreto a voces que algunos narcotraficantes querían su eliminación.

Se dice que, acosado por los remordimientos, Ignacio Griffaldo Méndez se encerró en su celda, siete años después de asesinar a Corvera y se quitó la vida ahorcándose. Fue necesario utilizar un soplete para abrir la puerta, pues Griffaldo la aseguró por dentro.

Por su parte, el policía José Guadalupe Vargas Anaya, el viernes 3 de marzo de 1961, fue balaceado por otro uniformado a las puertas de una miscelánea de oscura administración. El escandaloso suceso tuvo lugar en la estación ferroviaria de Tacuba, ciudad de México.

En el negocio La Conchita y luego de cumplir con su horario de vigilancia, los policías consumieron mucho alcohol y no pasó demasiado tiempo en que las armas salieran a relucir. El otro uniformado estaba un poco menos “tomado” y disparó seis veces con su arma de cargo contra su “enemigo”.

El afortunado José Guadalupe Vargas Anaya recibió cinco dolorosas heridas de bala y el último tiro lo derribó, al pegarle en la insignia metálica que protegió el corazón. Afectado por el dolor y la impresión de haber salvado la vida milagrosamente, fue llevado el guardián a la Cruz Verde, donde los médicos le entregaron la placa deformada por el impacto, la número 1784, para que la conservara como recuerdo en lo que le restara de vida. Se afirma que la depositó en la Basílica de Guadalupe.

Y antes de relatar el asombroso caso del militar, (por cierto, pariente de don Benito Juárez, Benemérito de las Américas), que se salvó de un ahorcamiento y tres fusilamientos con “tiro de gracia”, pasemos a conocer otros dos “milagros”: el del segundo comandante de Bomberos, José Alberto Uribe Chaparro y el de Federico Santillán Briseño, a quienes su suerte permitió permanecer en la Tierra mucho más tiempo del que otro destino hubiera tolerado.